La salvación no comienza con la confesión de la realeza de Cristo, sino con la imitación de sus obras de misericordia a través de las cuales Él realizó el Reino. Quien las realiza demuestra haber acogido la realeza de Jesús, porque ha predispuesto un espacio en su corazón a la caridad de Dios. Al atardecer de la vida seremos juzgados en el amor, en la proximidad y en la ternura hacia los hermanos. De esto dependerá nuestro ingreso o no en el Reino de Dios, nuestra ubicación en una o en otra parte. Jesús, con su victoria, nos abrió su Reino, pero está en cada uno de nosotros la decisión de entrar en él, ya a partir de esta vida —el Reino comienza ahora— haciéndonos concretamente próximo al hermano que pide pan, vestido, acogida, solidaridad, catequesis. Y si amaremos de verdad a ese hermano o a esa hermana, seremos impulsados a compartir con él o con ella lo más valioso que tenemos, es decir, a Jesús y su Evangelio.

(Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, 23 de noviembre de 2014). Fuente: Vatican News