La Palabra de Dios de este domingo contiene (…) una parábola de Jesús que nos descoloca y que necesita ser explicada; de lo contrario, puede prestarse a confusión. Jesús les dice a los discípulos: “¿Piensan que vine a traer paz a la tierra? No, les digo, sino división” (Lc 12,51). ¿Qué significa esto? (…) Jesús no quiere dividir a las personas entre sí, al contrario: ¡Jesús es nuestra paz, es nuestra reconciliación! Pero esta paz no es la paz de los cementerios, no es neutralidad. Jesús no trae neutralidad. Esta paz no es un acuerdo a cualquier precio. Seguir a Jesús implica renunciar al mal, al egoísmo, y elegir el bien, la verdad y la justicia, incluso cuando eso exige sacrificio y dejar de lado los propios intereses. Y eso sí que divide; como sabemos, puede dividir incluso los lazos más cercanos. Pero atención: ¡no es Jesús quien divide! Él propone un criterio: vivir para uno mismo, o vivir para Dios y para los demás; ser servido, o servir; obedecer al propio ego, o obedecer a Dios. En este sentido, Jesús es “signo de contradicción” (Lc 2,34). Por eso, esta palabra del Evangelio no autoriza de ningún modo el uso de la fuerza para propagar la fe. Es justamente lo contrario: la verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que exige renunciar a toda forma de violencia. ¡Fe y violencia son incompatibles! ¡Fe y violencia son incompatibles! En cambio, fe y fortaleza van de la mano. El cristiano no es violento, sino fuerte. ¿Y con qué fuerza? Con la fuerza de la mansedumbre, con la fuerza del amor. (Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, domingo 18 de agosto de 2013).

Fuente: Vatican News