«Jesús decidió ponerse en camino hacia Jerusalén» (9, 51). Jerusalén es la meta final donde Jesús, en su Pascua definitiva, debe morir y resucitar, y así llevar a cabo su misión de salvación. A partir de ese momento, después de su «decisión firme», Jesús apunta hacia la meta, y también a las personas que encuentra y le piden seguirlo les dice claramente cuáles son las condiciones: no disponer de un hogar estable; saber desapegarse de los afectos humanos; y no ceder a la nostalgia del pasado. Pero Jesús también les dice a sus discípulos, encargados de precederlo en el camino hacia Jerusalén para anunciar su paso, que no impongan nada: si no encuentran disponibilidad para recibirlo, sigan adelante. Jesús nunca impone, Jesús es humilde, Jesús invita. Si querés, vení. La humildad de Jesús es así: siempre invita, no impone. Todo esto nos hace pensar. Por ejemplo, nos habla de la importancia que tenía, también para Jesús, la conciencia: escuchar en su corazón la voz del Padre y seguirla. […] Por eso, tenemos que aprender a escuchar más a nuestra conciencia. ¡Pero atención! Esto no significa seguir el propio yo, hacer lo que me interesa, lo que me conviene, lo que me gusta… ¡No es así! La conciencia es el espacio interior de la escucha de la verdad, del bien, de la escucha de Dios; es el lugar interior de mi relación con Él, que habla a mi corazón y me ayuda a discernir, a comprender cuál es el camino a recorrer, y una vez tomada la decisión, a seguir adelante, a permanecer fiel. (Papa Francisco, Ángelus del 30 de junio de 2013).

Fuente: Vatican News