El final de la parábola, tal como la relata el Evangelista, es especialmente contundente: “Así es el que acumula riquezas para sí mismo, y no es rico a los ojos de Dios” (v. 21). Es una advertencia que nos muestra el horizonte hacia el cual estamos llamados a mirar. (…)

Se trata de vivir una vida plena, no según los criterios del mundo, sino según el estilo del Evangelio: amar a Dios con todo el ser y amar al prójimo como Jesús lo amó, es decir, sirviendo y entregándose. La codicia de bienes, el deseo de tener cada vez más, no llena el corazón: ¡al contrario, genera más hambre! La codicia es como esos caramelos riquísimos: comés uno y decís “¡Ah, qué bueno está!”, y enseguida agarrás otro… y otro. Así es la codicia: nunca alcanza. ¡Cuidado! El amor vivido según el estilo del Evangelio es fuente de verdadera felicidad, mientras que la búsqueda desmedida de bienes materiales y riquezas suele ser fuente de ansiedad, conflictos, abusos de poder y guerras. Muchas guerras empiezan por la codicia.

Que la Virgen María nos ayude a no dejarnos seducir por formas de seguridad que se desvanecen, sino a ser testigos creíbles de los valores eternos del Evangelio, cada día. (Papa Francisco, Ángelus, 4 de agosto de 2019).

Fuente: Vatican News